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¡Bienvenida!

Prepárate para una experiencia saludable y emocionalmente positiva.

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Nuestra forma de vivir en sociedad, expresa el contenido de la cultura en la que vivimos. Es decir, lo que hacemos cada día, las actividades en las ocupamos nuestro tiempo, como nos relacionamos con los demás  y los valores que cultivamos, conforman nuestra cultura.  Por nuestra naturaleza y dignidad específica, los seres humanos gozamos de conciencia y libertad y nos regimos por la ley natural. Nuestra conciencia es el juicio de la inteligencia por el que identificamos el valor ético de nuestras acciones libres, por ello está en nuestras manos elegir trabajar por la paz.

Nuestra vida humana tiene valor absoluto, desde el primer instante en que fuimos concebidos y hasta la muerte. Por ello debemos cuidarla preservando la salud física, mental, psicológica y espiritual. Y es que también tenemos una gran responsabilidad de cuidar y respetar la vida de los demás, de los más débiles, los bebés que todavía no nacen pero viven en el seno de sus madres, los enfermos, los minusválidos y los ancianos; para que puedan experimentar la felicidad de sentirse amados y de vivir en paz.

Tanto el varón y como la mujer somos capaces de amar y de dar vida y estamos llamados a que la humanidad siga adelante construyendo día a día la paz. Nos necesitamos mutuamente porque cada uno posee en sí mismo cualidades que el otro no tiene realizándonos en el encuentro y complementándonos en la mutua entrega.

En la familia, los padres somos los principales transmisoras de la verdad y del amor que mantienen sano al tejido social. De manera especial el papel de la mujer es fundamental en la formación de la afectividad y de la ética moral de sus hijos. La participación de la mujer es esencial para configurar un modo humano de pensar, de amar y de actuar en la vida social; debido a su particular capacidad de ser el centro integrador y estabilizador de la familia.

Nos toca humanizar al mundo usando nuestra inteligencia y nuestra voluntad para construir la paz ejerciendo nuestra capacidad de amar concretizada en acciones buscando incansablemente la verdad y el bien común.

La paz empieza en la relación de pareja, en la forma en que recibimos a nuestros hijos al nacer, en la vida familiar cotidiana con todos sus retos, en nuestra capacidad de salir del egoísmo y decidirnos a amar de verdad.

No podemos quedarnos con los brazos cruzados; hoy el mundo pide a gritos la presencia de hombres y mujeres, agentes de cambio que al humanizar la convivencia social por medio del amor, construyamos  la paz.